Tango

La vida es tan rara. 

El año pasado tuve la dicha de poder visitar por primera vez Buenos Aires, una ciudad que había querido conocer desde que aprendí a pronunciar «Argentina». Creo que sobra decir que fue una de las experiencias más bonitas de mi vida. Amé la ciudad con locura y todo lo que pude hacer. Pero, sin duda, había una cosa que yo tenía que vivir ajuro y porque sí mientras estuviera en Buenos Aires: tango. Yo tenía que respirar tango, ver tango y bailar tango.

Por Caminito, vimos varias parejas bailando tango. Hermoso, por supuesto. Y en nuestra última noche, pudimos disfrutar de un show de tango en el Café Tortoni. Me pareció tan espectacular que hasta lloré. (Bueno, en parte también era porque al día siguiente me iba, pero ustedes entienden). Sin embargo, no pude bailar tango. Si mal no lo recuerdo, dieron clases gratis en algunos sitios y siempre nos enterábamos tarde. Fue una lástima.

Pero ayer tuve mi revancha. O algo así.

Me enteré hace unas semanas de clases de tango en el Celarg. Y ayer decidí pasarme a ver que tal.

Lo amé. Estaba un poco nerviosa por ir sola pero, típico, no fue la gran cosa. No me pareció tan difícil pero solo aprendí un par de pasos. Ahora, tener el estilo eso es otra cosa. Pero, de verdad, me gustó. Además, como todos los bailes en pareja, el tango se trata sobre conexión y decir cosas con tu cuerpo. De hecho, en una parte de la clase, la idea era lograr que las mujeres, en algún momento, hiciéramos un cruce de piernas. Por supuesto, el hombre tenía que dar la «señal».

Yo, que estaba bailando con otra mujer que fue sola, no entendí que se supone que debía hacer o como iba a saber cuando cruzar si me tocaba. Y mi pareja tampoco. Así que le pedí ayuda al instructor. «Tranquila», me dijo mientras se ponía en posición para bailar conmigo. «Tú solo olvida el cruce». Yo solo lo seguí, caminando hacia atrás a su ritmo, y de repente, con un sutil empujoncito al costado, yo simplemente supe que debía cruzar los pies. «Wow». Sonrió. Volvió a caminar un rato más, volvió a hacer la «señal» y yo volví a cruzar las piernas automáticamente. Fue tan… fluido. Y fácil. «¿Viste?», dijo con su acento argentino. «Es sencillo». Y tenía razón.

Claro, cuando yo lo intenté hacer no tenía ni la mitad de determinación (o estilo) que él. Ser el que guía no es tan fácil. Pero, bueno. Al menos, entendí. Y ahora quiero volver a las clases la próxima semana.

Noche con amigos 

El día siguió su curso. El Madrid empató, el Barça ganó, Leo metió tres goles, Dembelé se estrenó con asistencia y el Universo parece haberse arreglado un poquito.

En la noche pude ver a varios de mis amigos del colegio (sí, es increíble que todavía los tenga) y nos pusimos al día. O algo así. La pasamos bien. Comí muchísimo, debo admitir. Siempre es lindo estar con gente que uno quiere. 

Ideas del día

  1. A veces tengo la sensación de que la vida fluye y todo sale como debería. Otras veces, siento que la vida es difícil y hay obstáculos, y nada va a salir bien. Pero me di cuenta de que la vida siempre fluye. Independientemente de cómo me sienta al respecto, la vida fluye.
  2. Me pregunto si huir de algo que quieres mucho pero sabes (lo sabes) que saldrá mal es amor propio o cobardía.

Natalia Lobo 

 

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